lunes, 27 de enero de 2014

Barbadillo... y, a lo lejos, Carmona



Se suele decir que hay tantas realidades como personas. Sin embargo, mi percepción siempre ha sido que la realidad es única y que sólo varía en el ojo que la recibe y la mente que la interpreta. Por eso elegí ver la existencia a través del arte, ya que, al fin y al cabo, es concebir el mismo mundo en versión mejorada –en muchas ocasiones beta– y trascendida por los sentidos.
      Hace pocos días visitando la exposición “Manuel Barbadillo. Obra modular” en la Casa de la Provincia tuve esa extraña sensación de contemplar algo conocido sin llegar a puntualizar su origen. Bajo una pintura fría y calculada, acompañada de una museografía tan fría y calculada que era digna del mejor plano secuencia de Kubrick, me atrapó la cálida sensación de lo cercano. Módulos concéntricos blancos y negros, blancos sobre blancos, hipnóticos y poliédricos que vencían su planitud para entregarnos la naturaleza en su pura esencia, casi en la idea.
      De la mano de Barbadillo la mejor abstracción geométrica, con visos de Op Art –al caso, arte óptico– y plástica cinética, no se quedaban en mera anécdota formal calculada por superordenadores. Eran códigos que me transportaban a un paisaje cotidiano… al de los campos de color cambiante de la vega del Corbones. ¿Acaso las cuadrículas de Manuel no son parcelas de cereales, girasol, olivos o frutales despojados de toda anécdota y reducidos a la mínima expresión? Entonces me dio por pensar que, quizás, esta danza de formas bebía de los recuerdos de juventud del pintor, del tiempo en que fue alumno de José Arpa, el maestro de las chumberas impresionistas.
      Una simple exposición. Dos miradas, la de Barbadillo y la mía. Una nueva visión de la misma ciudad –muda, moderna, cercana y distante– en el fondo de sus cuadros. Al fin y al cabo ¿el arte no debe mover al alma y apremiar a un mejor futuro?
Antonio García Baeza
Historiador del Arte
Museólogo

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